Hace 30 años que Oscar y su familia regentean esta simpática parrilla que ha sobrevivido inundaciones (características de la zona en otras épocas), los vaivenes de nuestra economía y otras problemáticas de la gastronomía pero hoy sigue con su señora, su hijo, su cuñada y un grupo de alegres empleados al frente de El Braserito. A su mostrador-barra se acercan los parroquianos de la zona, zorros grises, cuidacoches, señores disfrutando de un medio bife de chorizo y medio pingüinito de la casa, pibes despeinados “desayunando” vorazmente después de una noche larga o esporádicas fanáticas de su choripán, como yo. En la semana es bastante común que surja la charla entre todos, de fútbol o cualquier tema del día o del pasado zonal o que se aplauda cuando una chica se comió un bife entero de chorizo.
Afuera, al otro lado de la calle se encuentran mesas debajo de una glicina, allí paran ciclistas a refrescarse con una cerveza, familias a comerse un rico asado de tira con papas y antes una provoleta, las mozas hacen malabarismos entres los autos para que cada cosa llegue bien a su comenzal. Para los friolentos hay también un salón comedor al lado de la barra con fotos de otras épocas en la pared. Todo es rico, todos son alegres, se disfrutan los placeres de la argentina en el barrio y sin pretensiones. En esta búsqueda del mejor choripán ¡será difícil superar al Braserito!
En busca del mejor choripán
Calle Sebastián el Cano y Bajo de San Isidro.
Pegado a la vía del Tren de la Costa