Los que me padecen en las clases saben de mi afán por viajar. Expresiones como “viajen, viajen, viajen”; o “el próximo fin de semana largo se van a la India”; o “ viajar es indispensable, vivir no lo es”, son típicas expresiones para motivarlos a que viajen.
Viajar democratiza en tanto uno se da cuenta que el centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna, uno aprecia virtudes y defectos al comparar. Se aprende a valorar lo propio, a imitar lo ajeno; uno mismo se coloca entre paréntesis en tanto dura el viaje. Se descubren sabores nuevos, arquitecturas extrañas, gente distinta aunque no diferente.
Viajar te abre la mente, te fortalece como individuo, te hermana con el otro: al final los del otro lado de la montaña o del río o del mar no eran los monstruos que nuestro prejuicio nos había hecho creer. Hace más de 50 años hice mi primer viaje solo (sin los viejos) con un amigo a Machu Pichu. Tenía 15 años, casi un niño para aquella época. Comprobé que era cierto ese apotegma de la educación inglesa “Want to make a man of him send him abroad”. Salimos niños, volvimos hombres; fueron 77 días solos, viajando a dedo. En camiones, carros, trenes, haciendo el camino del Inca a pie, durmiendo en las casas de piedra, trepando por las terrazas de Huayno Pichu. Lavamos la ropa en el correntoso Urubamba, les enseñamos a bailar tango a dos chicas belgas a la luz de una misteriosa luna andina.
Seguimos luego a Lima, regresamos por el Pacífico, entramos por el norte de Chile y un camión nos cruzó de vuelta a casa por el paso Huaytiquina en Salta hasta Olacapato donde un tren carguero nos llevó por los rieles del Tren de las Nubes vía San Antonio de los Cobres hasta la capital de la provincia. Viajamos en el furgón de cola con el guarda; era febrero y nevaba en la montaña, entonces el guarda puso la olla sobre una salamandra de hierro y la llenó de carne, verduras, panceta y comimos un puchero, que con el tiempo cada vez que cocino uno en casa, aquel cumple la función de ser la idea platónica del puchero, el arquetipo, el modelo, el padre de todos los pucheros.
De alguna manera regresamos a Buenos Aires y después de ese bautismo fueron siete en total, los viajes por América. De Ushuaia a Veracruz no quedó tierra sin explorar: en canoa por el Amazonas, en aviones de carga, en barcos de dudosa seguridad, durmiendo en iglesias, plazas, estaciones ferroviarias, playas de estacionamiento; llegamos hasta viajar en un barco de guerra desde Panamá a Valparaíso.
Hoy sigo viajando; para estas vacaciones de invierno regreso a Bolivia, Perú y Ecuador después de muchos años. Entre aquel primer viaje y éste han pasado 66 países, a decir verdad nada, hay en Naciones Unidas 238 países acreditados con lo cual tan sólo conozco algo más que el 25%.
En próximas entregas les seguiré contando mis experiencias, ahora tan sólo una reflexión: viajar no es gasto es inversión, viajar no es vacaciones, comercio, trabajo, creo que viajar sin propósito alguno no es más que ocio que es precisamente lo que impulsa el pensamiento, la indagación, la filosofía.
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