Modos de Ver Nro 12

Un viaje al pasado con una vuelta al futuro eco-consciente

Hoy, en una nueva edición de Valen Cambian(d)o el mundo: Volver al futuro.
No, esto no es una reseña de la película «Volver Al Futuro», (aunque si querés te la hago también: es un peliculón, mirala). Esta es la historia de mi viaje al pasado.

Me desperté un jueves en 1953. Estaba un poco perdida, las calles eran muy distintas a lo que son en 2021.

Mi primer instinto fue ir para Belgrano, a mi casa. Pero me acordé, estaba en 1950, no iba a encontrar ni a mi mamá o papá, ni a mi hermana, ni a mi hermano, ni a mi perra. 

Pero sí podía encontrar a mi abuela en Caballito, en Ramón Falcón 1518 para ser más precisa. Bueno, no como la conozco hoy, a mi abuela de 12 años.

Gracias al aprendizaje que me dejaron todas las películas de viajes en el tiempo, sabía que no le podía decir a mi abuela, una nena de 12 años, que yo era su nieta. Así que me hice pasar por una chica un poco perdida. 

Me acerqué a su casa y la ví jugando en la vereda con sus amigas vecinas. La reconocí por fotos viejas que me habían mostrado. Además, siempre me dijeron que me parecía mucho a ella de chiquita (eso fue un poco raro al principio, pero después la convencí de que por ahí eramos parientes lejanas). No la quise interrumpir, estaban en medio de un juego de escondidas y no le iba a arruinar su escondite. Me quedé parada unos minutos mirándolas jugar. Pero al ratito se acercó mi abuela, charlamos y me invitó a pasar a su casa. Había un olorcito a pan increíble. Le pregunté si había cocinado, pero me contó que recién había pasado el panadero a vender el pan recién horneado. Es más, todavía estaba envuelto en su papel. Me dió para probar un pedacito y, cuando nos estábamos por sentar a la mesa, tocaron la puerta. Me acerqué con ella a ver quién era: el lechero. Venía del tambo de enfrente. Tenía un medidor de 1 litro, mi abuela le dio una jarra y él llenó la jarra con la leche que entraba en el medidor.

Guardamos la jarra en la heladera. Pero no te imagines la heladera que tenés en tu casa que es más alta que vos y tiene freezer. Era un mueble bajo de madera forrado por adentro con chapa. Se mantenía frío con una barra de hielo grande que se compraba envuelta en diario. Y tenía un agujerito y una bandeja abajo para el agua del hielo que se iba derritiendo.

Después de guardar la leche, su mamá (¡sí! pude conocer a mi bisabuela) le pidió que fuera a comprar fideos, azúcar y galletitas al almacén de la esquina; y le dió un poco de plata de más para que pudiera ir a su lugar preferido: la Bolsa de Café, en Av. Rivadavia entre Miró y Malvinas. La acompañé, y ya a una cuadra el olor a café invadía nuestras narices. La felicidad de mi abuela cuando entramos se notaba en su cara. Como si estuviera fascinada con este mundo de café, aunque fuera un lugar que frecuentaba. Adentro se veía como tostaban y molían los granos de café. Mi abuela pidió unos 150 gramos de café que se los dieron envueltos en papel. 

De ahí fuimos al almacén. Yo me esperaba ver el típico paquete de galletitas que vemos en 2021 en los supermercados, a lo sumo que el paquete fuera de papel, pero no. El hombre del almacén se paraba adelante de un mostrador lleno de cajones de madera con frente de vidrio. Le pedimos unas galletitas de vainilla, 500 gramos de fideos y 300 gramos de azúcar. El hombre del almacén abrió los cajones y, con una palita, sacó y pesó cada cosa en una balanza. A una velocidad que mis ojos no pudieron entender, armó un paquete de papel perfectamente cerrado envolviendo cada una de las cosas que pedimos. Pagamos y volvímos a la casa.

En el camino charlamos un poco. Mi abuela me hablaba de un vestido verde oscuro con pollera campana, entallado, con un moño en el cuello y manga japonesa. Le pregunté dónde lo había comprado y me miró con cara rara. 

  • «Lo hizo mi mamá. ¿A vos no te hace la ropa tu mamá?»
  • «Ahh, sí, claro. Me la hace mi mamá» – Le dije yo, no sé si de manera muy convincente.
  • «Igual, seguro que tu mamá no te tiene 80 horas parada para medirte» – Me dijo, revoleando los ojos. –  «Yo siempre bostezo y ella se queja, pero igual tengo que admitir que me gusta mucho la ropa que me hace».

Noté que se quedó pensando un ratito y me dijo:

  • «Vos sos más grande que yo, ¿no?». Respuesta difícil de responder para mí en ese momento. Me costó, pero terminé diciéndole que sí con la cabeza. Se le iluminó la cara y me preguntó:
  • «¿Entonces vos ya aprendiste en la escuela a hacer tu ropa interior y vestido?». Me quedé muda. Con suerte me sé coser un agujero de la media.
  • «Emm, no, no. Pero yo vivo un poco lejos de acá, por ahí se enseñan cosas distintas», le dije yo, intentando zafar.
  • «Ah, claro, puede ser. A mí me van a enseñar el año que viene, ¡me muero de ganas!».

Nos interrumpió su mamá, estaba saliendo de la casa justo cuando llegábamos. Mi abuela (que ya creía una amiga) me dijo que seguro se estaba yendo al mercado a comprar el queso, pero cuando le preguntamos nos dijo que hoy estaba la feria, así que tocaba comprar las frutas, verduras y carnes. La feria estaba una vez por semana, así que no quería llegar tarde al tren. Nos pidió que preparáramos la ropa vieja y se fue. Yo supuse que con «preparar la ropa vieja» se refería a separar la ropa que había que arreglar o algo por el estilo. Así que imaginate mi cara cuando escuché:

  • «Vamos a prepararla ahora así después tenemos tiempo para jugar», y me llevó a la cocina y sacó comida. 

Preferí seguirle la corriente para no quedar más perdida de lo que ya había parecido durante el día. Cuando pude empezar a unir las ideas, me dí cuenta de que «la ropa vieja» era una ensalada. La hacían con las verduras y carnes que se habían usado para hacer caldo casero (porque claro, no existían los calditos en cubo que encontramos en 2021). 

Una vez que terminamos de preparar la ropa vieja, me mostró el tiro al blanco que habían armado con su hermano, que estaba jugando con unos autitos de lata en el cuarto de al lado. El tiro al blanco lo armaron con escarbadientes, hilo y papel de diario. Te explicaría cómo, pero estaba tan bien pensado cada detalle que ya ni me acuerdo. 

Jugamos un rato con el tiro al blanco hasta que escuchamos un grupo de chicas muy emocionadas en la vereda. Bajamos y nos encontramos con las amigas de mi abuela rodeando a una de ellas y gritando a la vez:

  • «Quiero ver, quiero ver» 
  • «¿La puedo agarrar?»
  • «¡Qué envidia!»
  • «¿Se puede peinar?»

Ese último grito hizo que mi abuela abriera los ojos grandes como dos platos. Ya había entendido lo que pasaba: a una de sus amigas le habían regalado una muñeca Mariquita Pérez. Corrió a la ronda y yo la seguí como para no quedar afuera.

Cuando logré ver algo, ví que la amiga de mi abuela sostenía una muñequita de porcelana vestida igual que ella. La idea me sonaba, cuando yo era chica, todas mis amigas tenían la American Girl, que era esencialmente lo mismo pero hecha de plástico. 

Por eso entendí la emoción de las chicas, ellas querían la Mariquita Perez, porque, al lado de ella, sus muñecas de pañolenci o pasta no eran nada. 

Pero mi abuela, en vez de ir a pedirle a su mamá la Mariquita Perez (lo que yo hice con la American Girl, sin éxito), eligió su muñeca preferida y con su maquinita de coser de hierro le hizo ropa igual a la suya. 

En medio del proceso del primer vestido para la muñeca afortunada, llegó su mamá de la feria. Ya se estaba haciendo tarde, así que decidí que era hora de volver a 2021.

Me despedí de mi abuela-amiga, y me fui. Pero me quedé pensando en el camino: ¿cómo quiero volver al futuro después de todo lo que vi hoy?

No sé a vos, pero a mi me sorprendió más de lo que esperaba ver que realmente es posible una vida sin plásticos de un solo uso y con un nivel de consumo mucho más sustentable. 

Nuestros abuelos son el ejemplo de eso.

¿No te gustaría ser ejemplo para tus futurxs nietxs y generaciones?

A mí me gustaría que, si mis nietxs hicieran en unas décadas el recorrido que yo hice con mi abuela, no se tuvieran que sorprender de una vida más sustentable.

Me gustaría que gracias a nuestra generación, la vida cotidiana sea sustentable.

Te invito a imaginar el recorrido de tu futurx nietx en unas decádas por tu vida de hoy.

¿Qué te gustaría que piense? 

Pensá en cómo querés volver vos al futuro después de este viaje, y en qué te gustaría que piense tu nietx cuando vuelva de ese recorrido.

¿Estás viviendo la vida que querés que vea?

¡Contame en @valencambiandoelmundo! ¡Lo charlamos juntxs!

Agradecimiento especial a mis abuelas Eti y Cristina, y a mi abuelo Atata. Por llevarme en este viaje al pasado tan lindo de compartir con ellos. 
Y a La Bolsa de Café por la foto del local al que iba mi abuela.

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