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Hoy fue diferente

Escrito por Sol Anchezar

Se busca al chico de los ojos más lindos: Crónica de una tarde en Ott

Todos los martes, a las 18:20 horas sin excepción, salgo de mi casa camino a la facultad. Pero hoy fue diferente. Salí 30 minutos después de lo que debía, lo que implica llegar tarde a la clase de Recursos y Logística. Me gustaría decir que tuve una razón justificable para haberme demorado, pero la verdad es que me quedé usando el celular. ¿Sabía que me tenía que ir? Definitivamente. De todas formas, elegí quedarme un rato más disfrutando de la dopamina que genera el scroll en las redes. Así es.

Me estarás imaginando acostada en el sillón, pero ni siquiera; estaba parada apoyada sobre la fría isla blanca de mármol que hay en mi cocina. Aunque ya tenía la cartera al hombro y las llaves en la mano, pareció no importarme demasiado, y decidí fingir demencia por un rato más, hasta que parpadeé y el reloj marcó las 18:45. «Hasta acá llegó mi momento de viciar, es hora de salir», me dije a mí misma. Tomé fuerzas para encarar las horas de clase que se avecinaban, me subí al auto y conecté mi celular al cable del auto. Empezó a sonar Dany Ocean, que es mi artista favorito. Puse primera y, viendo el sol caer, encaré mi rumbo hacia la facultad.

El día estaba espléndido, una tarde de noviembre ideal. Ya se sentía el calorcito de verano que tan buen humor me pone. Frente al edificio de la institución hay lugar de estacionamiento, pero suele estar bastante lleno, por eso acostumbro a dejar el auto a la vuelta de la esquina. Hoy, otra vez, fue diferente. Cuando cruzo las vías de tren y doblo para pasar de largo e ir en busca de mi estacionamiento habitual, veo un lugar vacío. Era como si estuviera llamándome. Aproveché y felizmente estacioné ahí. Cuando me bajo del auto, me suena el celular, y veo que una amiga me envía un mensaje de voz, el cual procedo a escuchar en mi oreja.

La facultad tiene dos entradas: la principal y la alternativa. En esta última, el ingreso se hace a través de un café que conecta con el edificio. Cuando cruzo la calle, a velocidad luz y casi como si supiera que algo me estaba esperando, mi cerebro tomó la decisión de ingresar por el café. En el segundo que entro por la puerta, inspiro el olor a medialunas y espresso mientras mis ojos se clavan con otros ojos. Siempre suelo correr la mirada rápido intentando huir de esa incómoda interacción con un extraño, pero hoy fue diferente.

Estos ojos me atraparon por completo. No podría haber desviado la mirada aunque quisiera. Casi que por descarte, pude darme cuenta de que era un chico de alrededor de 24 años. Ambos nos miramos fijamente mientras yo seguía caminando escuchando lo que mi amiga me estaba diciendo por el celular, mensaje que perdió todo el hilo en el segundo que esa mirada me captó. Fueron 5 pasos que parecieron una eternidad. Seguí de largo, subí las escaleras y entré a mi clase. Como era de esperarse, no me quedó otra que sentarme adelante de todo. No me iba a quejar, pues sabía las consecuencias de llegar tarde.

Elegí mi asiento y no pude parar de pensar en el chico que acababa de ver. Surgió dentro de mí la necesidad de volver a interactuar con él, de decirle algo. Pero lo descarté inmediatamente. En estas situaciones nunca hago nada al respecto, ¿qué se supone que haga? ¿Decirle algo? Yo nunca hago esas cosas. Pero hoy fue diferente.

Me obligué a no pensarlo dos veces. Me paré, caminé hacia la puerta y, sin tener idea de lo que le iba a decir, bajé de vuelta al café. Seguía ahí, estaba de espaldas. Pude ver que había otra persona en el espacio, lo cual me intimidó un poco, pero yo estaba determinada a hacer ese acto que parecía de rebeldía viniendo de mí. El corazón empezó a latir más fuerte. Solo esperaba que mi voz no saliera temblorosa. Pude ver un tatuaje y algún arito, pero la adrenalina del momento no me permitió recordar ni dónde. Llevaba unas ojotas que hacían ruido contra el piso mientras agitaba su pierna sin parar. Me acerqué por detrás, estaba viendo algo en Instagram. Le toqué el hombro, giró para verme y ahí estábamos otra vez, con los ojos fijos el uno en el otro.

Estas fueron mis palabras textuales: «Estoy por entrar a la clase, pero pasé y pensé que tenías lindos ojos y te lo quería decir». Ahora que los podía mirar con más atención y libertad, me percaté de que eran más lindos de lo que creía, un color miel que nunca había visto. Él se rió, me agradeció y me deseó suerte en la cursada. Por poco no me fui corriendo. Se sintió increíblemente bien hacerlo. Nunca me permito ser tan espontánea, pero hoy fue diferente.

Cuando pasó un tiempo y mi cabeza entró en frío, me di cuenta que tendría que haberle pedido algún contacto o algo, no sé ni cómo se llama. Quedará en manos del destino que nuestros ojos se vuelvan a encontrar. De todas formas, sé que esas cosas no suelen suceder. Estas personas siempre quedan como una linda anécdota para contar; los rumbos de la vida marcan distintas direcciones, pero espero que esta vez pueda ser diferente.

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