Alicia Genovese: Tengo una relación de cercanía con el agua que fui descubriendo, y quizás construyendo, con los años. Cuando era adolescente mis padres se fueron a vivir a Necochea y ahí fue la felicidad del mar todos los días en las vacaciones. Después durante los años que viví en el norte de Florida, en EEUU, estuve rodeada de ríos y manantiales, además del mar hacia un lado y hacia el otro que no era el mismo mar. Más cálido y más calmo en el Golfo, más frío y con un color turquesa intenso en el Atlántico. Me gustaba mucho ir por los ríos de Florida, el Santa Fe, el Silver, el campus de la Universidad tenía pequeños lagos y llegaba el brazo de algún río donde podían verse lagartos en la orilla. Después el Delta. Creo que a partir de estos lugares se creó un imaginario muy fuerte en mí relacionado con el agua y que se fue trasladando al modo de encontrar referencias en la escritura de poesía.
¿Cómo es tu experiencia de tránsito y estadía en el Delta?
Cuando volví a la Argentina empecé a ir seguido al Delta, alquilaba casas los veranos, iba con mi hija muy chica entonces. Con el tiempo compré un terreno y gracias a una beca pude construir una cabaña que es el lugar adonde suelo ir cada vez que tengo tiempo, sobre todo en los largos veranos. No es sólo el lugar del agua sino también el que me posibilita la escritura. A veces me llevo una pila de libros imposibles de leer en medio de la actividad que tengo en la ciudad; cargo con un desorden de anotaciones que en el silencio del Delta y en el tiempo privilegiado que genera, más ancho, más dilatado, esas anotaciones se convierten en poemas, en libros, en ensayos.
Entre nadadores y poesía, ¿qué cruce te interesa?
El cruce entre nadadores y poesía fue surgiendo a medida que escribí los poemas de Aguas, no tenía una idea previa. Al principio me interesó sobre todo esa soledad de los nadadores de aguas abiertas, esa experiencia de diferenciación de las aguas que ellos hacen a partir de una exploración vivida con todo el cuerpo. A medida que corría la escritura se fueron estableciendo asociaciones con el trabajo solitario de escribir y con el placer y el peligro a la vez, de sumergirse y ser llevado por el agua o por el lenguaje. En la poesía o en las aguas el camino se va haciendo a medida que se escribe o se nada. Puede haber alguna meta, alguna orientación pero se depende mucho de lo que se pueda hacer o encontrar en ese momento. Hay además una relación vital entre la actividad de nadar y la de escribir, que creo que es esa búsqueda constante de orillas, de agarres, de lugares que nos ofrezcan un cable a tierra, pero sin perderse la delicia de soltarse, de andar en el agua, en esa pérdida de gravedad.
¿Qué permite el agua en la escritura?
A mí me pone en perspectiva con el paisaje natural que por su abertura, por su inmensidad tiende a tranquilizarme. Creo que también es un espejo de lo que puede fluir y cambiar y es importante mirarse en él, ser conscientes de que cualquiera sea el momento en el que estemos, es un momento que es parte de un transformación. Eso es algo muy vital que incita a un carpe diem, a un aprovechar el día.
¿Qué influencia tiene Crawl de Héctor Viel Temperley en Aguas?
No sé si tiene una influencia directa, fue una lectura que hice hace muchos años y que he ido releyendo, a veces para analizar la poesía de Viel Temperley o para dar clases. En fin, no sé precisar si hay o no o cuál será la influencia, pero con toda la admiración que me produce ese libro, como otros de Viel, no podría identificarme con el yo poético de Crawl. No soy creyente en el mismo sentido que Viel, por ejemplo, no soy una nadadora, puedo nadar unos pocos metros y con cero técnica. Lo mío es más contemplativo si se quiere.